Qui potrai trovare una vasta rassegna di materiali aventi ad oggetto uno dei periodi più interessanti della recente storia repubblicana, quello compreso tra la fine degli anni Sessanta e i primi anni Ottanta del secolo scorso.
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Por Ceferino Reato*
Rodolfo Walsh es el periodista, escritor y guerrillero con la mayor cantidad de honores y reconocimientos en la ciudad de Buenos Aires: barrios, calles, pasajes, plazas, plazoletas, escuelas, centros de enseñanza, aulas, unidades básicas del peronismo, casas populares de partidos de izquierda, monumentos, placas, auditorios, cátedras, jornadas académicas y premios, además de libros, documentales y películas. Mucho más que el médico Ernesto Guevara, el Che.
Hasta una estación de Subte lleva su nombre en la capital argentina, justo a una decena de cuadras del comedor de la Policía Federal que Montoneros destruyó el 2 de julio de 1974 con una bomba colocada por uno de los subordinados de Walsh en el aparato de Inteligencia de ese grupo revolucionario. Hubo veintitrés muertos y ciento diez heridos; fue el peor atentado de los setenta y de la historia argentina hasta la voladura de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) en 1994.
Los montoneros se habían especializado en las bombas vietnamitas, que, además del explosivo, incluían bolas de acero, que, al detonar, partían como una ráfaga de muerte desgarrando todo lo que encontraban, por ejemplo, cuerpos humanos. En el plano global, sigue siendo considerado el mayor atentado a una sede policial.

Portada del libro Operación Masacre (1957) de Rodolfo Walsh, utilizando como imagen el cuadro El 3 de mayo en Madrid, del pintor español Francisco Goya.
En aquel momento, Rodolfo Walsh tenía casi cincuenta años y venía precedido por un bien ganado prestigio literario, que comenzó con Operación Masacre, su libro más conocido, el formidable relato de un fusilamiento de prisioneros en 1956, en el inicio de la llamada Resistencia Peronista contra la proscripción del ex presidente Juan Perón, pero también un modelo de investigación periodística que, además, anticipó un nuevo género a nivel global, que enriquecía al periodismo con recursos de la literatura.
Luego, escribiría otras obras magistrales, como ¿Quién mató a Rosendo? y Caso Satanowsky. Esos libros lo hicieron popular, tanto que en los almuerzos televisados de Mirtha Legrand —sigue siendo nuestra diva con casi cien años— las modelos aseguraban que estaban leyendo algunos de sus libros para darse aires intelectuales.
Además de escritor, era periodista, un notable cronista de Policiales y de Información General. En simultáneo, fue endureciendo su militancia política, convirtiéndose en un guerrillero especializado en las tareas de Inteligencia, un área oscura para el que le servían sus múltiples contactos con militares, policías, diplomáticos, intelectuales y artistas.
Para la fecha de la voladura del comedor policial, hacía tiempo que Walsh había completado un circuito común entre los revolucionarios argentinos: había pasado de la derecha filonazi y antiperonista a la izquierda revolucionaria y peronista.
Antes de la masacre en el comedor policial, había participado en otras operaciones muy relevantes de Montoneros, como el secuestro de los hermanos Born, dos magnates por los cuales recibieron sesenta millones de dólares, la mayor cifra jamás obtenida por un rescate en el mundo, y la voladura del barco de fin de semana del jefe la Policía Federal, el comisario general Alberto Villar y su esposa.
Cuando el agente infiltrado José María Salgado dejó la bomba en una de las sillas del comedor, los militares ya habían dado el golpe de Estado y ejecutaban su siniestro plan represivo, que dejó miles de detenidos desaparecidos. Los montoneros creían que la gente iba a tomar a bien ese ataque, pero no fue así: fue considerado como un acto terrorista, que, además, mató a policías de muy bajo rango e incluso a una civil porque también podían comer allí personas del barrio de Monserrat, en el centro de Buenos Aires.
Rodolfo Walsh obviamente estaba de acuerdo con el ataque, pero a los pocos meses fue cambiando de posición, cuando se dio cuenta de que, como escribió a la cúpula guerrillera, encabezada por Mario Firmenich, que «la guerra en la forma en la que la hemos planteado en 1975-76 está perdida en el plano militar». Eso fue el 2 de enero de 1977.

Rodolfo Walsh. Silueta de su perfil en blanco y negro usada en la creación de un monumento a los periodistas desaparecidos durante la dictadura cívico-militar argentina (1976-1983)
El informe de la célula Walsh y lleva un título acorde a aquellos años de plomo: «Aporte a una hipótesis de resistencia». Su precisión magistral de periodista y escritor le permitió resumir esa singular contribución en esta frase: «Si las armas de la guerra que hemos perdido eran el FAL (fusil) y la Enarga (granada de fusil), las armas de la resistencia que debemos librar son el mimeógrafo (propaganda) y el caño (bomba casera)».
La frase integraba los principios que Rodolfo Walsh y su equipo proponían para la muy creativa nueva línea militar que, según ellos, debía ser adoptada rápidamente por Montoneros para volver a constituirse como una alternativa de poder socialista.
Entre esos principios, dos fundamentales: «El abandono del terror individual, que “desorganiza más a las propias fuerzas que a las del enemigo (Lenin)”», y abstenerse de realizar «ninguna acción militar indiscriminada que impida hacer política en el seno del enemigo o nos quite la bandera fundamental de los Derechos Humanos».
Es decir, Walsh es el primero que se da cuenta de que Montoneros había perdido la guerra y que tenía que cambiar, adoptando, entre otros elementos, el ropaje de los Derechos Humanos.
Fue el legado más relevante de Walsh, que sería muerto poco después, el 25 de marzo de 1977, por un grupo de tareas de la Marina que quería llevarlo vivo a la su madriguera en la ESMA para extraerle toda la información que poseía. Sus restos permanecen desaparecidos desde aquel momento.

El libro de Ceferino Reato sobre la masacre del 2 de julio de 1976 en el comedor de la Superintendencia Federal de Seguridad
Se han escrito sobre Rodolfo Walsh numerosas biografías en la Argentina; todas omiten o disimulan su pasado guerrillero, en especial su participación decisiva en las operaciones más relevantes decididas por la cúpula de Montoneros. Prefieren congelarlo en sus méritos incuestionables de escritor y periodista, y señalar al pasar que fue «un intelectual comprometido» con la revolución socialista.
Según su hija Patricia, Esteban —usaba este nombre de guerra en honor a su papá, Miguel Esteban— «estaba orgulloso de haber podido llegar a ser un combatiente. Y precisamente a él, que se ocupó tanto de sostener una versión de rigor con la verdad, mal podemos pretender arreglarle la biografía. ¿Cómo vamos a querer cambiarle la biografía?».
Walsh era el hombre clave del servicio de Inteligencia e Informaciones, donde desempeñaba múltiples tareas, incluso con diferentes nombres de guerra. El sector dependía directamente de la secretaría Militar de la Conducción Nacional y del Ejército Montonero.
No era que Esteban y sus colaboradores se juntaban a jugar al ajedrez y a resolver enigmas y acertijos. Seguramente lo hacían en sus ratos libres porque eran dos de las muchas pasiones de Walsh, pero toda su intensa actividad en ese ámbito apuntaba a tres objetivos: reunir información que podía ser útil en la lucha guerrillera; difundirla de una manera selectiva para eludir la censura de prensa e influir en la opinión pública, y confundir al enemigo.
Una de sus especialidades en la materia era descifrar mensajes en código de las fuerzas militares y policiales. También aquí lo precedía su fama. En noviembre de 1960, mientras trabajaba en la agencia de noticias Prensa Latina, al servicio de la naciente revolución cubana y del régimen de Fidel Castro y el Che, descifró un rollo de papel de medio metro de largo, repleto de letras y números, que resultó ser un minucioso informe del jefe de la Central de Inteligencia Americana, la CIA, en Guatemala a la sede en Washington sobre los preparativos de un desembarco en Cuba.
El Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez era uno de los compañeros de trabajo de Walsh y escribió esa historia, que tuvo un final acorde: Prensa Latina no pudo publicar nada del hallazgo, que sí fue muy bien utilizado por el gobierno cubano para frustrar la invasión de exiliados respaldados por Estados Unidos en Playa Girón, bahía de Cochinos, en 1961. Un éxito rápido y rotundo que aumentó el prestigio de la revolución socialista.
Peor, Walsh no se dedicaba solo a las escuchas. También fundó la Agencia de Noticias Clandestina (ANCLA), cuya sigla ya buscaba confundir a los militares acerca de quiénes estaban detrás de esa agencia de noticias tan particular, que, con un lenguaje periodístico neutro —sobrio y preciso— difundía cables durante la dictadura con información de primera mano sobre temas picantes, como las peleas internas entre el Ejército, la Marina y la Aeronáutica.
La agencia de Walsh —en ese ámbito (espacio, en la jerga montonera), con otro alias: Basualdo— consiguió su propósito original: su primer cable fue emitido en junio de 1976 y la dictadura tardó diez meses en identificar que era una criatura de Montoneros, aunque el Ejército y la Marina siguieron desconfiándose mutuamente sobre de dónde salían esas informaciones.
Otra de sus criaturas, Cadena Informativa, fue realizada solo por él, a partir de diciembre de 1976, cuando se le ocurrió escribir informaciones cortas y militantes para denunciar a la dictadura. Pensaba que una de las formas de combatir el temor paralizante era involucrar a muchos en la circulación de esas noticias, sin reuniones riesgosas, lejos de los lugares públicos. «Reproduzca esta información, hágala circular por los medios a su alcance: a mano, a máquina, a mimeógrafo. Mande copias a sus amigos: nueve de cada diez las estarán esperando», fue la pieza de marketing revolucionario que acompañaba esos textos.
Muy importante para Montoneros fue la tarea de Walsh como coordinador de todos los infiltrados del grupo guerrillero en el Ejército, la Marina y la Policía Federal. Al igual que el peronismo, esta organización político militar atravesó todas las capas sociales; muchos hijos de militares y policías se convirtieron en activos colaboradores dentro de las fuerzas armadas y de seguridad.
El propio Salgado, el chico de 21 años, que puso la bomba en el comedor policial era hijo de un abogado y sobrino de un general de paso, además de protegido de un comisario general de la Policía.
*Periodista y escritor, su último libro es Masacre en el comedor.