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Bob Cox, el periodista que desnudó a la dictadura argentina (y a los argentinos)

Redazione Spazio70

Como liberal, Cox estaba en contra del terrorismo de Estado de los militares, pero también de los ataques de los grupos guerrilleros, a los que calificaba de terroristas, antes y después del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. Tanto era así que Montoneros pensó varias veces en volar la sede del Herald y también amenazó de muerte a Cox

Por Ceferino Reato *

Un pequeño diario escrito en inglés fue el faro que impidió que todo el periodismo argentino se convirtiera en cómplice de la dictadura más sangrienta de la historia, y —lo más importante— permitió salvar muchas vidas de la única manera que podía hacerlo: informando sobre las denuncias concretas, con nombre y apellido, de los familiares, en especial madres, de tantas personas que eran detenidas por los militares y se convertían en desaparecidos.

El diario era el Buenos Aires Herald, de la colectividad británica y sus descendientes, y el director, Robert Cox, Bob, un londinense ahora a punto de cumplir noventa años. En la Argentina ya no se sabe qué nuevo premio darle de tantos que ha recibido, y que él agradece de un modo frugal porque «siempre he creído en el periodismo impersonal, en el cronista de impermeable raído que pasa inadvertido y no firma sus artículos».

«Yo me limitaba a hacer mi trabajo como editor del diario y el Herald continuaba la tradición de informar», dice Bob Cox con relación a su destacada tarea al frente del periódico. «Hacer su trabajo» implicó, para él, su esposa, Maud, una culta, inteligente y sensible dama anglo argentina, y sus hijos muchísimos dolores de cabeza, entre ellos el abandono del país, en 1979, por las amenazas a su hijo de diez años.

BORGES: «UN HOMBRE HACE LO QUE TIENE QUE HACER»

Jorge Luis Borges en 1969 en L’Hôtel, situado en la calle rue des Beaux Arts, en París (fotografía de Pepe Fernández)

Entre los muchos elogios recibidos por Cox luego de la recuperación de la democracia, en 1983, se destaca el del escritor Jorge Luis Borges: «Un hombre hace lo que tiene que hacer, señor Cox. Yo me cuento entre sus admiradores». Borges, con ese estilo tan preciso, tan esencial, que lo caracterizaba, como a Cox.

Impresiona que haya sido un británico la persona que más hizo desde el periodismo por la defensa de los derechos humanos de los argentinos en los años de plomo, siendo que la Argentina mantiene con Gran Bretaña un antiguo y muy sentido conflicto por la soberanía de las Islas Malvinas, en el Atlántico Sur, que derivó incluso en una guerra perdida en 1982.

Cox era —sigue siendo— un liberal, título teórico que compartía con tantos liberales que apoyaban al gobierno del general Jorge Rafael Videla; solo que era un liberal de verdad: defendía la vida, la libertad y los derechos de las personas; sus pares argentinos pensaban que otras cosas eran más importantes o más urgentes, como, por ejemplo, terminar con el populismo del peronismo.

CRITICO TAMBIÉN AL TERRORISMO DE LAS GUERRILLAS

Como liberal, Cox estaba en contra del terrorismo de Estado de los militares, pero también de los ataques de los grupos guerrilleros, a los que calificaba de terroristas, antes y después del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. Tanto era así que Montoneros, la guerrilla de origen peronista, pensó varias veces en volar la sede del Herald y también amenazó de muerte a Cox.

Además, Cox criticaba los vicios autoritarios del peronismo, así como los desaciertos económicos del gobierno de Isabel Perón y los asesinatos cometidos por los escuadrones paraestatales de ultraderecha durante su gestión. Isabelita era la viuda del general Juan Perón, a quien sucedió a su muerte, el 1° de julio de 1974, dado que había sido elegida como vicepresidenta en las elecciones del año anterior.

Los golpes militares eran muy frecuentes en la Argentina, pero el de 1976 trajo la novedad de que el acuerdo a favor de la ruptura democrática excedió largamente a los sectores más afines a los cuarteles. «El golpe de 1966 contra el radical Arturo Illia había sido arreglado con la prensa. En 1976, eso no fue necesario: la mayoría de la gente lo esperaba y lo deseaba», me dijo Cox para uno de mis libros.

«LOS ARGENTINOS NUNCA HAN TENIDO MUCHA PACIENCIA»

Bob Cox en una foto de finales de los años setenta

Bob Cox en una foto de finales de los años setenta

«Desafortunadamente —recordó— muchos argentinos estaban siempre buscando a los militares para que entraran al gobierno, ordenaran el país y dieran luego elecciones. Pero pasaba ahora también con gente de la izquierda: recuerdo que con mi mujer nos encontramos con un periodista que militaba en la izquierda y con su esposa, que estaba embarazada. Ellos eran jóvenes y confiaban en que un gobierno militar pondría en marcha una represión más legal que la del gobierno de Isabel Perón, en el que aparecían cuerpos carbonizados, en zanjones».

«Los argentinos nunca han tenido mucha paciencia», completó con relación a que en marzo de 1976 faltaban apenas seis meses para las elecciones. Pesaba también el convencimiento de muchos no peronistas de que los seguidores de Perón eran imbatibles en las urnas.

A esta altura, con sus pergaminos, Cox puede darse el lujo de decir lo que piensa que ningún admirador de los grupos guerrilleros de los 70, tan frecuentes en el oficialismo peronista, lo critique. Por ejemplo, puede recordar que 1975, el año anterior al golpe de Estado, «se vivió como una tragedia griega. Era algo muy impresionante: una tormenta de violencia con amenazas, secuestros, bombas. Era obvio que eso no podía durar mucho tiempo. El gobierno de Isabel era terrible: había también corrupción, inflación, desabastecimiento; faltaba hasta papel higiénico».

El periodista recibió el desplazamiento de la presidenta Perón con resignación, pero también con la expectativa de que el nuevo gobierno militar enderezara la economía y pusiera fin a las bandas armadas de ultraderecha. Incluso, el viceministro de Economía, Guillermo Walter Klein, era un liberal amigo de la familia Cox.

Pero, era un periodista cabal: cuando vio que familiares formaban filas frente a la Casa de Gobierno para denunciar secuestros y desapariciones, informó sobre lo que sucedía.

Sin embargo, no condenó de entrada a todos los militares: consideraba que había un sector muy duro —los halcones— tan cruel como el dictador chileno Augusto Pinochet, y otro grupo más moderado — palomas — encabezado por Videla, a los que había que apoyar para evitar que sus rivales internos los desplazaran. Una apreciación compartida por tantos, como el Partido Comunista, por ejemplo.

«HEMOS REZADO POR USTED», LE DIJO AL DICTADOR VIDELA

Como Videla me dijo para otro de mis libros, esa división era un espejismo fomentado desde el gobierno; no existía; todos eran igual de implacables: habían vuelto al poder convencidos de que «había que eliminar a un número grande de personas para ganar la guerra contra la subversión».

Llegar a esa conclusión le llevó un tiempo. Por ejemplo, el 4 de julio de 1974, un comando mató a cinco sacerdotes y seminaristas palotinos en una iglesia del barrio de Belgrano, uno de los sectores más elegantes de la ciudad de Buenos Aires, en alocada represalia a un bombazo de la guerrilla al comedor de la Policía Federal, con veintitrés muertos y ciento diez heridos.

Los Cox fueron al velatorio de los religiosos, en la Iglesia de San Patricio, y luego asistieron a la sede de la embajada de Estados Unidos para celebrar el aniversario de la independencia de ese país. Allí se encontraron con el presidente Videla y le contaron que de dónde venían.

«Lo que ha ocurrido es espantoso —le dijo el periodista a Videla—. Hemos rezado para que usted tuviera la fuerza necesaria para acabar con ese horror». Bob Cox recordó que el dictador clavó la vista al suelo mientras estrechaba su mano.

Las publicaciones de Cox y sus valientes periodistas del Herald sobre las denuncias de los parientes de tantos desaparecidos hicieron que los militares se vieran forzados a informar primero que estaban efectivamente detenidos y a liberarlos después, y por ese motivo hoy goza del reconocimiento generalizado de los argentinos.

«YO NO SOY JESUCRISTO», LE CONTESTÓ EL MINISTRO DEL INTERIOR DE LA DICTADURA

El general Albano Harguindeguy

Particularmente conmovedores son los relatos sobre sus encuentros con el general Albano Harguindeguy, el duro e irónico ministro del Interior de la dictadura. Por ejemplo, en 1979, en un áspero diálogo que quedó grabado, el funcionario le reprochó «esos artículos que publicó hoy… Nos da bastante duro».

No es una cuestión personal. Hay sesenta periodistas desaparecidos —le contestó Cox.

¿Sesenta?

Sí.

Hay algunos presos, gente que está metida en…

No. Hay sesenta periodistas desparecidos.

¿Nada más que sesenta?

Sesenta desaparecidos. Creo que hay que hacer algo…

Bueno, pero lo que usted no sabe es que hay un montón de desaparecidos —le dijo el ministro.

El periodista le insistió con que tenía que ocuparse de resolver esa situación específica.

Usted es un sentimental —le contestó el general.

No. No soy un sentimental.

Usted es un sentimental, un gran sentimental… Después viaja al extranjero y…

¿No podría ayudarme un poco?

Escuche, yo no soy Jesucristo. No puedo decirle a Lázaro «levántate y anda». Ha muerto mucha gente. Han muerto muchos en esta guerra y llegará el momento en que el gobierno tendrá que responder por ello… Pero tenemos que esperar.

En el Prólogo al libro Guerra sucia, secretos sucios, de su hijo David, Bob Cox sostuvo que la lección más importante que sacó de aquellos años fue la respuesta a una pregunta que lo atormentaba desde el exterminio nazi a millones de personas: ¿cómo fue posible que los alemanes comunes y corrientes no pusieran el grito en el cielo?

«EL PUEBLO NO QUERÍA CONOCER Y LA PRENSA LE DABA EL GUSTO»

«Los seres humanos evitan la realidad y niegan lo obvio, especialmente cuando se sienten amenazados por actos de terror. El pueblo argentino no quería conocer los secretos sucios de su gobierno, y la prensa le daba el gusto no informando lo que ocurría», escribió.

¿Y cambió algo su valoración de la liberación de prensa luego de esa tremenda experiencia? «La “guerra sucia” argentina también me hizo comprender, con más vigor que nunca antes, que la libertad de prensa es indispensable para sostener la democracia en tiempos de terror. Frente a la amenaza terrorista, los comandantes militares argentinos respondieron con su propia cepa de terrorismo. Las instituciones del país colapsaron, entre ellas, la salvaguarda y el último recurso de la ciudadanía: los medios», se respondió en ese libro.

Bob Cox vive en Charleston, en Estados Unidos, pero pasa unos cuantos meses al año en Buenos Aires, donde tiene muchos amigos y admiradores y sigue considerándose apenas un periodista que cumplió con su deber de informar la verdad.

* Periodista y escritor argentino