logo Spazio70

Benvenuto sul nuovo sito di Spazio 70

Qui potrai trovare una vasta rassegna di materiali aventi ad oggetto uno dei periodi più interessanti della recente storia repubblicana, quello compreso tra la fine degli anni Sessanta e i primi anni Ottanta del secolo scorso.
Il sito comprende sei aree tematiche e ben ventidue sottocategorie con centinaia di pezzi su anni di piombo, strategia della tensione, vicende e personaggi più o meno misconosciuti di un’epoca soltanto apparentemente lontana. Per rinfrescare la memoria di chi c’era e far capire a chi era troppo giovane o non era ancora nato.
Buona lettura e non dimenticare di iscriverti sulla «newsletter» posta alla base del sito. Lasciando un tuo recapito mail avrai la possibilità di essere costantemente informato sulle novità di questo sito e i progetti editoriali di Spazio 70.

Buona Navigazione!

La decadencia argentina. Una conspiración vulgar para matar a Cristina Kirchner

Redazione Spazio70

¿Los jóvenes que atentaron contra la vida de Cristina? No se trata de los clásicos marginales o marginados, sino de emergentes de una clase media baja que se ha deslizado hacia la pobreza durante el estancamiento económico con inflación que afecta a la Argentina desde hace por lo menos once años

Por Ceferino Reato*

En este rincón del planeta, “el fin del mundo”, según el Papa Francisco, septiembre indica la llegada de la primavera; es el mes del sol, las flores, los estudiantes, la alegría, el amor. Pero, este septiembre comenzó en la Argentina con el atentado nada menos que contra la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, la persona más poderosa de la política local.

Por fortuna, el magnicidio no ocurrió: la bala no salió de la pistola calibre 32 empuñada por Fernando Sabag Montiel, un brasileño de 35 años que vive en la Argentina desde 1993. La televisión mostró casi en vivo y en directo el momento exacto en que Sabag Montiel apuntó contra la cabeza de la Vicepresidenta, que llegaba a su departamento, en la Recoleta, uno de los barrios más elegantes de Buenos Aires, luego de encabezar una sesión del Senado.

Todos en este país hemos visto, casi en el momento mismo del ataque o en alguna de las incontables repeticiones de esa imagen dramática, la mano izquierda que empuña la pistola Bersa, un viejo modelo que esa empresa argentina no fabrica desde hace más de 40 años. Y es el principal tema de conversación desde hace tres semanas, junto con una inflación alta aún para nosotros: en agosto llegó al 7 por ciento; solo ese mes.

Sabag Montiel gatilló en vano. ¿Falló el arma? No, las pericias demostraron que estaba en condiciones de matar; el que falló fue el tirador, que no había hecho el movimiento correcto en la pistola para colocar una de las balas en la recámara.

Fernando Sabag Montiel

¿No sabía manejarla? Parece que sí sabía, a juzgar por imágenes encontradas en su celular, que lo muestra manipulándola, aunque con su mano derecha. ¿No quiso matarla? ¿Se puso nervioso? En el apuro, en medio de la muchedumbre que, como todas las últimas noches se concentraba frente a la vivienda de Cristina Kirchner para alentarla contra las graves acusaciones judiciales por corrupción, ¿no movió bien la corredera que lleva la bala del cargador a la recámara?

Son apenas algunos de los interrogantes que rodean al intento de homicidio agravado, como lo calificó la justicia, que ocurrió el jueves 1° de septiembre una decena de minutos antes de las 9 de la noche.

Un dato muy curioso es que las encuestas coinciden en que alrededor del 60 por ciento de la gente considera que fue un montaje del kirchnerismo para victimizar a Cristina Kirchner, a quien la justicia ha colocado en el banquillo de los acusados por supuestas maniobras de corrupción con el dinero destinado a la obra pública en la provincia patagónica de Santa Cruz, la fortaleza política de los Kirchner.

La mayoría de la gente no cree que realmente fue un atentado y eso dice mucho de la falta de eficacia de Cristina —la llaman así tanto sus partidarios como sus opositores— para aprovechar un evento tan dramático. Y eso que ella tiene tantos atributos histriónicos que el propio Francis Ford Coppola la consideró “una diva” cuando la conoció. Esos talentos le han resultado muy útiles en estos tiempos de “teledemocracia”, donde la política es un espectáculo, una representación.

Por ejemplo, en 2010, cuando murió Néstor Kirchner, su marido y jefe político indiscutido, ella logró reponerse del dolor y demostrar primero a los caciques peronistas y luego a todo el país que estaba en condiciones de seguir gobernando sin “él”, como pasó a llamarlo toda vestida de negro, en un luto larguísimo, con el cual encaró una campaña electoral arrolladora, que le permitió la reelección al año siguiente, en primera vuelta y con el 54,11% de los votos.

Y eso que el kirchnerismo venía de perder las elecciones legislativas de 2009, luego de un conflicto con los productores rurales. Pues bien: en 2011, Cristina ganó también en la pampa agrícola.

En esta oportunidad, apenas tres horas después del intento de homicidio, el presidente Alberto Fernández habló por cadena nacional de radio y televisión, culpó “al discurso del odio” esparcido por los desafectos al gobierno en la política, los medios de comunicación y el Poder Judicial, y decretó un feriado al día siguiente, el viernes 2 de septiembre, que fue convenientemente aprovechado por el peronismo para marchar a la Plaza de Mayo a respaldar a la Vicepresidenta.

Fernández, Alberto, es el presidente, pero en los hechos es Cristina quién manda desde el momento en que fue ella quien lo designó como compañero de fórmula y en el primer lugar, en 2019. Obviamente, el discurso del Presidente fue “consensuado” con la Vicepresidenta, según se informó oficialmente.

Parece que a la maga se le acabaron los trucos. A pesar de orientar todos sus esfuerzos hacia “el discurso del odio” de los halcones de la oposición, los medios de comunicación más críticos y los fiscales que la acusan de corrupta, Cristina no ha logrado mejorar su imagen pública ni su intención de voto. Tanto es así que ya deslizó que no pretende presentarse como candidata a presidenta en las elecciones del próximo año.

Brenda Uliarte con el arma del ataque a Cristina Kirchner

Hay que reconocer que empeño no les faltó a Cristina y a sus principales colaboradores. Parecían más enojados con los presuntos autores intelectuales del atentado que con el puñado de jóvenes desastrados que ha sido arrestado, acusado de integrar una banda liderada por la novia del atacante, Brenda Uliarte, de 23 años. “Hoy me convierto en San Martín, voy a mandar a matar a Cristina… Voy a ser la libertadora de Argentina”, escribió ella en un chat con otra de las detenidas, de 21 años.

La presunta jefa de esta armada Brancaleone a la argentina no tenía idea de cómo iba a escapar su novio luego del atentado ni de cómo iba a evitar que él mencionara su nombre cuando fuera capturado; ni siquiera se ocupó de borrar la catarata de mensajes en su teléfono celular en la que describe el odio contra “la vieja” —Cristina—, y los preparativos para asesinarla. No fue, ciertamente, un atentado bien pensado, pero sí ha sido relatado abundantemente en su whats app por la aparente planificadora e instigadora del magnicidio.

Si tantos jóvenes de clase media y alta —muchos de ellos, alentados por sus propios padres— afirman que se quieren ir de la Argentina para escapar de una decadencia imparable, para Uliarte y sus amigos la salida no pasaba por el aeropuerto de Ezeiza sino por simplemente eliminar, cancelar, al personaje central de la política argentina desde hace doce años.

Esta realidad desmiente, al menos por ahora, la ampulosa interpretación del ex jefe del grupo guerrillero Montoneros, el ex “comandante” Mario Eduardo Firmenich, quien se solidarizó con la Vicepresidenta en un artículo periodístico escrito en su casa, en las afueras de Barcelona. “Una provocación terrorista para la guerra civil” fue su calificación del ataque.

Tanto a la víctima como a buena parte del periodismo y el público las revelaciones diarias sobre las andanzas de esta banda de marginales les parecen poca cosa. Será porque los argentinos siempre aspiramos a más —“¿Quieres hacer un buen negocio? Compra a un argentino por lo que vale realmente y véndelo por lo que él dice que vale”, es una de las bromas con las que nos martirizan nuestros vecinos—, pero esta conspiración tan poco sofisticada, tan berreta, alienta a tantos a pensar en un montaje.

No a Cristina ni al oficialismo, por supuesto, que insisten en que detrás de estos jóvenes existen —deben existir— las usinas de odio del enemigo. Los intentos de ubicarlas en el PRO, el partido del ex presidente Mauricio Macri, han fracasado; tampoco han tenido éxito hurgando en las huestes del diputado libertario Javier Milei, un personaje extraño al nido de la política criolla. Han apuntado luego a grupúsculos de jóvenes desencantados con los halcones de la oposición, que en los últimos meses protagonizaron protestas más o menos violentas.

Tampoco descuidan a los “odiadores” del periodismo y de la justicia. Con relación a los fiscales que acusan a Cristina por corrupción, la mala noticia para el oficialismo es que las encuestas muestran que alrededor del 60 por ciento de la población tiene una imagen positiva de los investigadores judiciales.

Tanto Cristina como sus partidarios están convencidos de que los jóvenes querían matarla por el odio inoculado por los fiscales en sus alegatos públicos, pero, sobre todo, por la prédica constante de los periodistas “de la contra, de la oposición”, que trabajan en “los medios hegemónicos, concentrados”.

Es verdad que no son pocos los periodistas que critican con dureza a la Vicepresidenta y al kirchnerismo, y que varios de ellos, en una postura casi sacerdotal, utilizan calificativos de barricada. Pero, Cristina no depende de los medios para transmitir emociones: despierta amor en unos y odio en otros por ella misma; es uno de los pocos políticos que “rompen la pantalla”, que trascienden los medios.

Vaticano, 31 de enero de 2020. El presidente Alberto Fernández saluda al papa Francisco antes del inicio de la presidencia Fernández en el Palacio Apostólico (Casa Rosada. Presidencia de la Nación argentina)

En su primera aparición pública luego del atentado, ella eligió mostrarse toda vestida de blanco en el Senado junto con un grupo numeroso de sacerdotes y monjas que trabajan en villas miseria. Los invitados volvieron a ungirla como su líder indiscutida y lamentaron que hayan pasado los tiempos felices de los gobiernos de Néstor (2003 a 2007) y Cristina (2007 a 2105). Pertenecen al kirchnerismo puro y duro, que le niega entidad peronista al presidente Alberto Fernández y que actúan como si Cristina no tuviera ninguna influencia en una política económica que no da más que malas noticias.

También ellos culparon del ataque a los profetas del odio. Pero, a medida que avanza la investigación, aparece una hipótesis más inquietante o, al menos, más desafiante para todos. Es que los jóvenes que atacaron a Cristina no viven en asentamientos o villas miserias; no se trata de los clásicos marginales o marginados, sino de emergentes de una clase media baja que se ha deslizado hacia la pobreza durante el estancamiento económico con inflación que afecta a la Argentina desde hace por lo menos once años.

Son lúmpenes, sí, pero no lúmpenes clásicos; no son marginales cuyo destino trágico sería el robo, la prostitución o el narcotráfico. Son cuentapropistas —vendedores ambulantes de copos de algodón de azúcar—, tienen educación de nivel secundario, manejan redes sociales y les gusta ser entrevistados en la calle por los programas de televisión.

Carecen de formación política, apenas pueden mostrar un liberalismo silvestre: están en contra del Estado, los impuestos y la clase política, a la que identifican como una corporación expoliadora, corporizada en la figura de Cristina Kirchner, “la vieja”.

No viven en las villas miserias, no dependen de los subsidios del gobierno ni sienten nostalgia por los revolucionarios de los 70; por lo tanto, no forman parte de la clientela natural del kirchnerismo ni de los “curas villeros”, que siguen utilizando las antinomias del setentismo. Por ejemplo, “pueblo versus oligarquía” y “patria versus antipatria”.

Son tiempos amargos para Cristina: alentó las concentraciones de partidarios frente a su domicilio en un intento de protegerse de las acusaciones de los fiscales, convencida de que “el pueblo me va a cuidar”. Pero en este país intenso, excesivo, ocurrió que un grupo de jóvenes de la “economía popular” tan mentada por el oficialismo quiso matarla, al parecer viciados, enloquecidos, por tantos años de decadencia.

El drama continúa: todavía es demasiado pronto para sacar conclusiones definitivas.

* Periodista y escritor, su último libro se llama “Masacre en el comedor”